REPORTAJE A LOS COMPAÑEROS DE LA LISTA VERDE DE TIGRE EN EL DIARIO CLARIN
Hace unos días habíamos enviado un mail a nuestros contactos avisando que aparecería en Clarin una entrevista a los compañeros de la Lista Verde de Tigre (con la cual nuestra agrupación mantiene vínculos fraternales) acerca de la situación edilicia de las escuelas de ese distrito.
Esa nota apareció hoy en la Página 23 del Clarin, y aquí está.
Sociedad
RECORRIDA POR LAS ESCUELAS BONAERENSES EN OBRA
Patios con cráteres, aulas con paredes electrificadas y goteras
El ingenio de las maestras hasta las lleva a utilizar tijeras para abrir las puertas sin picaportes.
Por: Pablo Calvo
Es un sitio perfecto para estudiar la composición del suelo y la vida de las lombrices. Se pueden calcular las dimensiones del pozo por la cantidad de baldosas que faltan. Y si alguien se zambulle en esa boca negra, parecida a la de un volcán, puede intentar un viaje al centro de
El pozo ciego mira las nubes desde hace un año. Una cerca de madera trata de evitar que los chicos caigan dentro y aparezcan en Japón. "Quita espacio para el juego y la distensión de los chicos, algo que puede incidir en el rendimiento escolar", advierte la preceptora Nora Bretón, cuya mirada mejora un poco el paisaje.
También sonríe Gabriela Acosta, regente de estudios de la escuela media número 1 de Talar, pero cuando empieza a describir el deterioro de los techos, un chorro de agua cae sobre su brazo y le corta el relato: "¿Ves lo que te digo?". Parece una dramatización escolar, preparada de antemano, para que el guionista de esta historia no tenga que pensar demasiado en su armado. Enseguida, otra escena: la regente señala la peligrosidad de los desniveles del patio cuando, casi en el mismo instante, una profesora aterriza boca abajo y queda tendida en el suelo. Son testigos las maestras, los profesores, las porteras y las autoridades escolares que acompañaron la recorrida de Clarín por escuelas públicas (la apuesta del nuevo Gobierno) de la zona norte del Conurbano.
Ante la adversidad, ellos desarrollaron el ingenio: cuando desaparece un picaporte, abren la puerta del aula con una tijera; si no hay pizarrón, van a buscar otro que no esté en uso; si faltan huesos del esqueleto que flamea en el laboratorio, los simulan con plastilina; y si las paredes quedan electrificadas, se acabó la clase, los niños primero.
En la caminata, los marcos sin ventana inventan espacios invisibles, aptos para las recordadas piruetas de Marcel Marceau, pero no para atajar la lluvia o evitar el frío. Los docentes muestran fotos de las lagunas que se forman en las tormentas, una escuela sin techo, otra con baños químicos y otra con estufas eléctricas que no se pueden enchufar, porque saltan los tapones. Aceptan sacarse una foto junto a una rayuela, del lado del "Cielo".
En la escuela 20 de Pacheco, van y vienen carretillas con escombros, albañiles que preparan pastones y un capataz que no descansa: "Aunque nos apuremos, no llegamos para el 3 de marzo, necesitamos trabajar todo ese mes", avisa, y deja flotando dudas sobre comienzo de las clases a tiempo.
"Era una escuela rancho, pero tuvo como padrinos a los actores Ubaldo Martínez, Luis Sandrini y Malvina Pastorino, que juntaron plata y la convirtieron en un edificio muy bueno. Pero ahora, con 1.400 alumnos, los espacios se saturaron y los problemas están a la vista", explica el profesor de Historia Alfredo Cáceres, mientras esquiva un zanjón. También hay un pozo ciego a cielo abierto y otros seis apenas tapados.
Para llegar a la escuela 46, del barrio San Pablo, hay que ir acompañado. "Con guardapolvo entrás, con uniforme, no", ilustra un guía. No hace falta esperar que abran el candado, porque el alambrado perimetral tiene un hueco del tamaño de un manequí. El colegio está entre dos barrios enfrentados, cuyas bandas suelen cruzarse a tiros. Un día, siete balas impactaron en el tanque de agua de la escuela. El director subió a repararlo, se cayó del techo y se lastimó. El hombre ya está recuperado, pero la escuela, todavía no. "Le están haciendo la mejor reforma de las últimas dos décadas", se entusiasma Hilda González, profesora, maestra y habitante del lugar: duerme allí, cuando los taladros y las mezcladoras por fin se callan.
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